septiembre 04, 2005

Pequeña historia.

Me gusta mucho ir al supermercado con mis dos preciosos hijos. Debe ser porque me recuerdan mi niñez cuando los veo sonreír por cualquier nimiedad. Sé que se portan pésimo, juegan con las pelotas en los pasillos – mamá, ¡cómpramela poh! -, y la gente me mira como pensando: ¿cómo puede esta mujer tener dos hijos tan mal enseñados? Me pasa también que me sacan de quicio, pero los amo demasiado para corregirlos. Todavía son niños.

Fue en una de estas idas que nos encontramos. Allí estaba yo, con mis 43 años y mis dos hijos: Manuel de 8 y Octavio de 6, tirándome de la manga para llamar mi atención. Apenas lo vi saqué cuentas mentales (9 años que no lo veía) y me reí para mis adentros de la situación, tantas veces imaginada. Estaba tal como lo recordaba, aunque su rostro ya delataba su adultez. Por supuesto andaba sin carro, y miraba con cara de despistado, buscando lo que quería comprar.

Me quedé paralizada por un segundo. O varios. Sin respiración. Quería correr, irme, pero con los niños gritando él se volteó para mirar el ruido (yo aun no sabía si había cambiado su parecer acerca de los niños), y me miró. Por una milésima le costó reconocerme, o no quería darse cuenta quien era, pero después empezó a reírse a carcajadas y me dio un abrazo, diciéndome: ¡Jamás pensé que de verdad iba a ocurrir!

- Déjame decirte que estás igual que siempre – comencé a decirle, muy nerviosa.
- Tú estás como el vino, cada año mejor. – me dijo lisonjeramente. Después miró a mis niños, que ya tenían cara de pregunta - ¿Son tus hijos?
- Sí pues. Este es Manuel, de 8 años, y Octavio, de 6. Saluden niños, les dije como si me fueran a obedecer.
- También tienen cara de cuicos, me dijo riéndose, ¿andai en tu súper jeep, supongo?
- Puta que tienes buena memoria.
- Es que una mujer como tú no es fácil olvidarla así como así...
- Ahora pregúntame si soy modelo. – Nos reímos al unísono- Sí, ando con mi jeep, ¿quieres que te lleve a algún lado?
- No, gracias. Tengo mi linda moto esperándome afuera.
- Mira tú, todo un motoquero.

Los niños no me dejaban conversar, pero me fijé que no les molestaban, y me imaginé que debía tener sus propios hijos. Pero no era el momento para preguntarle.

- Me tengo que ir, como ves no tengo ninguna autoridad sobre mis mounstros.

Buscó algo en su billetera, y me entregó una tarjeta de visita.

- Llámame cuando tengas tiempo y nos juntamos para ponernos al día.
- Te ha ido bastante bien, parece, le dije mientras miraba su tarjeta.
- No me puedo quejar. Pero a ti también te ha ido bien, por lo menos te ves contenta.
- Mis hijos son la alegría de mi vida, bueno, junto con mis alumnos.
- Y además tienes tu jeep soñado. – Me miró de pies a cabeza, tal como lo hacía antes-. Igual de linda como siempre.

Me reí con una gran carcajada y me fui prometiéndole que lo llamaría. Ya en el jeep, con los niños amarrados, Octavio me dice: mamá, ¿te fijaste que ese amigo tuyo tiene el mismo color de ojos del Manuel?

5 comentarios:

Pablillous dijo...

primer comentario! yupa

he quedado patidifuso y perplejo con la historia...exijo todos los detalles de esa historia...sobre todo despues del bombazo que tiraste en la ultima linea...

Gracias por leerme!

abrazos

Claudia Corazón Feliz dijo...

Dada la hora, no estoy segura si escribiré claro, pero esta historia la escribí yo y es pura ficción.

Que bueno que les guste. Para mi publicar este pequeño cuento es como andar en pelota.

RAHM dijo...

buena historia...
y aunque sea ficticia no dudes que tus hijos jugaran en los pasillos de los supermercados..

propenso dijo...

Me asuste cuendo oi de hijos, no te imaginaba asi, aun eres inmaculada en mi imaginacion mi niña canifru.
muy bakan la historia, mi hermana no entiende la literatura y no entiende mi risa y menso tu historia, pero yo si te entiendo y de seguro algun dia nos encontraremos como en la historia, la diferencia es que tu no sabes quien soy yo y vicebersa. nose.

Nos vemos luego, te kero mucho

chica canifru dijo...

ya cabra culia,lo hice,revisame y dime que crees.
tu hermana trastornada.